EDITORIAL – HIGH END VERSUS ALTA FIDELIDAD

 

El high end tiene mala fama. Nos han polarizado, como si fuésemos vulgares transistores de germanio, o de silicio, qué más da. Así está la sociedad, dividida, enfrentada. Azules contra rojos, electricistas contra fontaneros, ratones contra gatos, pobres contra menos pobres. Mi vecino tiene el coche que yo no me puedo permitir. Es mala persona. El otro, el del al lado, no piensa como yo. Es mi enemigo. Es más, ni siquiera me importa lo que piensa, lo importante es que no piensa lo mismo que yo. Eso lo sitúa del otro bando. Así pasa con el high end. Pero también se han ganado las pedradas a pulso, todo va de la mano. Entre todos la mataron, y ella solita se murió. Primero atacaron los necios, después, el high end se pegó un tiro en el pie. Resumida, esa es la historia.

Vayamos por partes. Primero, atacaron los necios. Toda pasión tiene algo de ilógico, un componente irracional que arrasa con el lado inteligente, si es que alguna vez lo hubo. Y así es como merece la pena vivir la vida. Después de todo, la música es emoción, nos conecta con la parte más espiritual, nos hace sentir, nos hace vibrar, nos hace vivir. No es de extrañar que proyectemos esa pasión sobre aquella parcela de la afición que ocupan los cacharros. Tenemos esa mezcla de tecnófilo y melómano que muchos no entienden, pero hoy no quiero entrar en ese debate, me pone de mal humor cuando nos niegan la condición de melómanos por el hecho de que nos gusten los vúmetros. Por tanto, cuánto mejor sea la maquinaria, mejor es la experiencia. Tan sencillo como cierto.

Puede que te gusten los cuartetos de cuerda, los coros o el bajo eléctrico, que la ópera te conmueva o que Los Ramones te apasionen. Sabes tan bien como yo que tu ampli, tus altavoces, tu cápsula, te hacen que sea aún mejor. Y sabes tan bien como yo que tienes un lado inconformista. Y sabes tan bien como yo que ese lado solo busca más de lo mejor, no quieres presumir, después de todo, a tu vecino, tu cuñado, tu compañero de trabajo, le es totalmente indiferente que gastes tuiters de berilio. No ostentas, no alardeas, solo quieres que tu disfrute sea mejor. Hasta esta parte del discurso el razonamiento es sencillo: todo el desarrollo tecnológico que hay detrás del high end supone que la experiencia sea mejor. Es tal y como te lo contaron con la Formula 1 y la automoción. Igual que en la industria aeroespacial o en el terreno militar: la investigación comienza en esos campos y posteriormente se desarrolla para terminar expandiéndose a otras áreas.

No es muy diferente en la Alta Fidelidad. Bowers investigó con los tuiters montados al aire libre con sus Nautilus originales, la línea de transmisión, el Marlán y todo lo demás, después lo implementó en la Serie 800 y, después, parte de esa tecnología llegó a la Serie 600. Visto así, sería una necedad atacar el high end. Es el motor del avance de la Alta Fidelidad.

Después vino el disparo en el pie. Y entonces fue cuando los necios se cargaron de argumentos, cuando nos polarizaron a los audiófilos, como ilustres miembros de esa sociedad cada vez más enfangada y miserable en la que vivimos. Dímelo a la cara, si te atreves, (añadir aquí el insulto preferido).

Y qué gran disparo en el pie. No, no era el caso del estúpido sheriff palurdo que no sabe lo que le cuelga del cinto, no. Fue un disparo en el pie de proporciones épicas. Un arma nuclear disparada al pie. El high end que pudo haber tenido justificación, el que podría haber cohabitado de forma honesta, se prostituyó. Se convirtió en el galán de los excesos. Entonces vinieron los tuiters de pergamino egipcio (no es broma), los fusibles audiófilos, los cables de esmeralda, la plata, el oro, el platino, el rodio, el paladio, el uranio y el condensador de fluzo.

Entonces es cuando entiendo a los críticos del high end. Entonces es cuando el ejercicio de empatía cobra sentido, se pasaron. Los unos y los otros. Entonces me viene a la memoria la escena de Charlton Heston, arrodillado en la playa, el cuerpo de color cobrizo, entre sollozos, los restos de la Estatua de la Libertad mirándole con asombro, mientras pregunta, sin respuesta, qué hemos hecho. Ese high end, el de los excesos, el de los magnates, el de los imposibles, el de los absurdos, no es desarrollo, no es innovación, es absurdo, ostentación. Todo ha dejado de tener sentido en ese momento, nos deslegitimamos como audiófilos. Vive y deja vivir, de acuerdo, pero no me vendas ese cuento, por favor, te estas cargando algo que me da la vida.  

Francisco del Pozo

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