WHARFEDALE ELYSIAN 1 – BAILE DE MÁSCARAS EN VENECIA Y JUNGLAS EN VIETNAM

Lo último que te vendría a la mente cuando las Ely 1 se te insinúan a la vista es una pelea de gatos. Son más del estilo Venecia, la de los excesos, los bailes de máscaras, el lujo, la opulencia, el siglo XVIII con todas sus desigualdades e incongruencias abofeteándote en la cara. Se encontrarían cómodas en Versalles, en el Louvre, qué demonios, en un ático de la Quinta Avenida, o en la casa de Los Hamptons que perteneció a Knox, o a Rockefeller, o a uno de aquellos magnates que encendía habanos con billetes de 100 dólares. Así son las Ely, pero con una importante diferencia: se encontrarían muy a gusto en tu sala de escucha porque, ante todo, por encima de cualquiera de las tontadas que has podido leer si has llegado hasta aquí, las Ely son high end del democrático, o si lo prefieres, Alta Fidelidad de la que de verdad tiene sentido, cuando el Norte es Norte, cuando este no se ha perdido, cuando a nadie le da por vestir al rey con un traje invisible de un millón de tuiters de diamante que solo el vanidoso puede ver en su desnudez.

Dejadme que me explique. Este vicio nunca fue barato, como el de las drogas, pero las Ely te reconcilian con los enfant terrible del audio. Nada en ellas hace pensar en palabras como sobreprecio, caras, prohibitivas, imposibles o para ricos. En cambio, sí piensas en lujo, perfección, exquisitez y refinamiento. Hay muchas marcas haciendo las cosas muy bien ahí fuera, en el mundo de los audiófilos, pero ninguna con la relación calidad-precio con la que lo hace Wharfedale. Las Linton son redondas, las Ely son la versión Director’s Cut, no se harán prisioneros.

En Wharfedale rinden tributo a Oskar Heil, qué duda cabe, ese A.M.T. (no confundir con AMG, amantes del motor) es toda una declaración de intenciones. Y nunca rindió tan bien en un modelo de Wharfedale como lo hizo en la serie Elysian. Tengo en la lista de pendientes abrirme de orejas para las Elysian 4, de momento solo escuché las 1 y las 2, pero creo poder afirmar con rotundidad que el hombre nunca llego a la luna, que Elvis sigue vivo y que ese tuiter de cinta es —en palabras de John Travolta en Pulp Fiction— jodidamente bueno. Te reto, Michael Fremer, te reto dos veces, si lees esto. A ver si eres capaz de escribir un párrafo así de bueno.

Almagro me acollejeará, pero el tuiter de cinta tiene la virtud de tener más superficie radiante, es más relajado, tiene menos propensión a la resonancia, pese a que carezca de la “pureza” del movimiento pistónico de un tuiter de cúpula convencional. Y no me disgustan los convencionales, no creáis, hay quien dice que el berilio o el de diamante puede ser demasiado demasiado. Yo no lo creo, me gusta esa demasía, dame más, me gusta la precisión, me gusta el crisp, me gusta que me salpiquen los platillos, me va el centelleo. Y los Berilio & Diamond me dan eso. Pero también me lo dan los tuiters de cinta. Me estrené con ellos con las Adam Audio S3V. Sorprendido y enganchado, así se tituló la película. Proac también sacó pecho con sus “R”. Wharfedale, poco después, lo confirmó. Y lo bordo. Y se salió. Así son los A.M.T. de las Elysian, una extraña combinación de precisión y suavidad.

Después de todo, no nos engañemos, así son las Ely 1, más de lo mismo. Pero no infravalores ese “más de lo mismo”, porque cuando lo mismo es la Ely 2, ese más de lo mismo es más de lo muy bueno. Claridad, transparencia, suavidad y ausencia de distorsión. Esas son las notas definitorias de las Ely 1. La primera pista de Borboletta, de Carlos Santana, con sus instrumentos tribales, los elementos de percusión metálica, lo que parecen ser los sonidos de una noche de selva tropical quedan expuestos con toda viveza con las Ely. Entran los timbales, siguen los vientos, el teclado con su irregular velocidad, hay un mago tras la mesa de mezcla, bendita distorsión del Hammond B4. Me da igual si no es un B4, suena a gloria. Está todo ahí, las Ely 1 no están dispuestas a renunciar a todo, te lo van a dar, no van a permitir que se pierda ni un solo detalle, porque son así, pero, además, no te van a cansar, porque, ante todo, están diseñadas a prueba de fatiga.

Cuando las cosas empiecen a complicarse por allí debajo, el 7’ revestido con fibra de vidrio se vestirá para rockanrolear. Me equivoqué la primera vez, lo confieso. Al principio, cuando era joven e inexperto, pensé que las Ely 1 no serían capaces de bajar mucho. Al poco tiempo seguí siendo igualmente joven e inexperto, pero el Accuphase E800 se tomó las cosas en serio e hizo cocear a las Ely 1. Entonces todo empezó a coger forma. Ese recinto es algo mayor de lo que se suele ver en los monitores de dos vías, y la unidad de medios, también. No llega a las 8’, allá donde empieza la vida, pero hay recinto, hay cubicaje, hay vida. Los americanos lo tienen claro, dame cubicaje y déjame de turbos. Los de Wharfedale parecen haber seguido esa misma receta: nada de 5 o 6 pulgadas, y un recinto que, sin ser el de las Linton, desafía los límites de los monitores compactos. Por eso no se arrugan cuando las cosas se complican. Échales a Bonzo, a Copeland o a Keltner, lo que quieras, pero el grave no te defraudará, aunque tengas el esternón a prueba de JBL S4700 o Yammies NS5000.

¿Y qué les metiste?, me preguntó Miguel —no confundir con el ya mencionado Fremer—. De todo, repliqué. Lo que primero se me antojó fue el Accu, porque con ese look tan sexy y Glam, el Accu parecía lo más apropiado, pero le eché de todo. Y como ya me ocurriera antes con las Ely 2, les vale casi de todo, no son especialmente exigentes. Circunstancias de la vida, me acercaba peligrosamente a la cincuentena y me dio por ponerme valvular. También se dio el muy significativo hecho de que mi amigo Ginés me pidió que hiciese unos experimentos que implicaban asociar un par de McIntosh MC275 en su MK6 guise a un preamplificador de estado sólido. Se hicieron ojitos, desde el very beginning, un consumado espectáculo de coquetería, creedme, pese a lo desquilibrado del departamento financiero. Y se gustaron mucho. Hubieran sido felices, y comido perdices, y esas cosas. Y hubieran repetido. Hubo química. Como si Harvey Keitel y Christopher Walken hubieran ido al Ace en un viejo Cadillac a solventar un asunto a golpe de ocho milímetros. Esa clase de química, la que se afianza sobre un par de heridas de bala, la que comparten quienes acostumbran a arrojar cadáveres al Hudson.

Suena el teléfono. Es uno de los jefes de Wharfedale. Vocifera en la noche. Acaba de leer el párrafo anterior. Le encanta el cine negro, por eso le enfada ver en un mismo párrafo a las bellas Ely con un par de matones, no es la clase de asociación de ideas que vende altavoces. Siempre pensaron en Brad Pitt y en Margot Robbie para vender las Ely, me dice, furibundo. La belleza de las Ely es imposible de ocultar, le respondo. No necesitáis lo evidente para describir las Ely, su atractivo va mucho más allá de la cosmética, su precio parece escupir a la cara a los dioses del audio, sigo diciéndole, su auténtico valor reside en la imposible belleza del heroísmo de los villanos, porque nada hay tan puro como el héroe imperfecto, el que es capaz de ganar la medalla al honor de día, y saquear aldeas de noche. Cuando contemplas las Ely, especialmente en el acabado de las fotografías, es imposible no pensar en una subasta de Sothesby’s, en un palacio veneciano del XVII o en el interior del DB5 de Bond, lo que de verdad aprecias cuando convives con ellas es su lado más salvaje y sucio, porque el lado bonito, se le da por sentado.

No quiero caer en excesos. Después de todo, las Ely no son excesivas en nada, salvo en su acabado. Si en algo destacan las Ely es en su marcado equilibrio, porque, ante todo, son eso. Tienen su pizca de genio, y les sienta como anillo al dedo. Ahí reside parte de su atractivo. No imaginas a un luchador de los pesos pesados bailando claqué, pero a las Ely, sí. Mejor dicho. No esperas a un bailarín de claqué que te deje sin aire de un puñetazo. Pero las Ely lo hacen. Seamos sinceros, no imaginamos a Fred Astaire librando el último asalto contra Ivan Drago, pero las Ely lo hacen. Y no es un exceso. No te diré que las Ely tumban a Drago, pero se meten en el papel, lo que jamás creerías de Fred. Y no creas que es el típico grave forzado de recinto, el puerto resoplando a más no poder, no. Sencillamente, tienen cuerpo, como tienen alma, como tienen glamour. Te las puedes llevar al carnaval de Venecia, te las puedes llevar a rescatar prisioneros a Vietnam. Da igual. Quizá estén más cómodas de esmoquin, pero no te defraudarán cuando haya que enfangarse.

Sigo escuchándolas. Vuelvo al Accuphase E800 y me dejo de experimentos valvulares. Se gana en detalle. Las Mc275 tienen tendencia a suavizar arriba y darle más cuerpo al grave. El Accu, en cambio, sorprende por su dulzura, quien lo diría, estado sólido. Gimme some Class A, como dijo la canción de los Rolling que nunca se llegó a componer. Las Ely acusan inmediatamente el cambio. Se abren en detalle y claridad, se crecen en transparencia, aunque se vuelven algo más delgadas. Los platillos de Belafonte están ahí, en todo su esplendor, qué altavoces más transparentes, me repito una y otra vez. Paso a So far away, de los Dire Straits. El bajo eléctrico tiene peso. No es el de un muscle speaker, pero tampoco es el de un monitor de dos vías al uso. Entra Knopfler, carnoso, lacónico, taciturno, una voz que debiera ser escuchada a oscuras, al centro, nítido, estable, sólido, definido. La batería pega, lo suficiente como para llenar la estancia, más que bastante para golpear en salas pequeñas, y sigue impactando su transparencia.

Sí, es transparente. Endiabladamente transparente. Tanto como la curva de respuesta en frecuencia pone de relieve. Podéis creer a Christopher Walken o no, podéis pensar que Fred Astaire no es más que un charlatán, pero la curva RTA no miente. No te lo dirá todo, pero te permitirá formarte una idea de cómo sonó en mi sala. Bastó un pequeño filtro paramétrico de factor Q estrecho a 125 hercios, con 10 decibelios de atenuación para que todo tomase forma. Pocas veces me hizo falta tan poco, así de bien interactuó con mi sala. Yo soy muy de EQ, ya lo sabéis, pero la Ely no necesitó nada, aunque todo hay que decirlo: ese poco, ese nada, ese filtro PEQ, en realidad, es un mundo que cambia tu sistema.

Podría hablaros, para finalizar, de su escena sonora, de su capacidad para desaparecer pero entonces incurriría en los viejos tópicos, es muy musical y tal, arriba, al medio y el grave, lo habitual. Para eso no me leéis los siete que me leéis. Además, sois audiófilos de la vieja guardia, os otorgo el valor de la experiencia. Nadie os puede decir que las Ely 1 tienen una capacidad mágica para desaparecer porque eso se les intuye, desde que las ves aparecer en el callejón veneciano, después de bajarse de la góndola, para ir a ese baile de época en el que, pese a la etiqueta, nadie se quiere comportar como a diario.

Francisco del Pozo.

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